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Violencia familiar: el tabĂș que nadie menciona

Una de cada cuatro mujeres y uno de cada diez hombres sufren abusos por parte de su pareja o el cĂłnyuge, segĂșn informĂł el año pasado el New England Journal of Medicine.


Por si fuera poco, los informes de la violencia doméstica desde el inicio de la pandemia del COVID-19, se dispararon.


Existen programas de prevención y reconciliación que involucran tanto a los maltratadores como a los sobrevivientes. También a los niños de los hogares maltratados y a las familias inmigrantes.



Imagen referencial / Hier und jetzt endet leider meine Reise auf Pixabay 😱 - Pixabay


Sin embargo, la experiencia revela que lamentablemente, los afectados son reacios a tratar el tema, da vergĂŒenza. Pero quedarse en silencio no harĂĄ que desaparezca. Por eso, se pierde la esperanza. Y adicionalmente, no contamos a los agresores como vĂ­ctimas.


ÂżPueden sanar las familias afectadas por esta situaciĂłn?


Sociedad rota


La reverenda Aleese Moore-Orbih, Directora Ejecutiva de California Partnership to End Domestic Violence, enmarca el asunto como parte de una problemåtica mås compleja: violencia doméstica, tråfico de seres humanos y violencia sexual, entre otros.


“Demuestran que nuestra sociedad está rota. Todo esto va en contra de nuestros derechos civiles”, asegura.


Lamenta que muchos se digan a sĂ­ mismos: Âżpor quĂ© me debo preocupar, si no pasa en mi comunidad? “No es solo para la persona a quien le pasa, se transfiere de una generaciĂłn a otra. Son personas que tienen traumas no resueltos y no pueden vivir a su plena capacidad”.

Para ella, la sociedad en general tiene que reconocer que no se trata de la familia de la esquina. “Esto es nuestra nación, la protección que merece la ciudadanía en general. Es un problema cultural y de la sociedad, no es individual”.


Nuestra cultura se centra en el poder y el control. Lo adoramos, lo idealizamos, se le da mucho romanticismo en Hollywood. ¿Cómo nos deshacemos de él?


Moore-Orbih cree que, si lo vemos asĂ­, podemos empezar a enfocarlo de manera diferente. ÂżCĂłmo nos alejamos de esa manera de hacer las cosas? Hay que llegar a otro nivel, no pueden ser parches.


Advierte que las mujeres y las niñas son las mĂĄs vulnerables. “Los patriarcados y las jerarquĂ­as no deben suceder. Hay que tener una masculinidad y una feminidad saludables. ReciĂ©n allĂ­ empezaremos a lidiar con la violencia domĂ©stica e interpersonal”, sentencia.


Atrapados


“En Atlanta hemos sentido una violencia severa contra la comunidad AAPI, ellos no encuentran cómo expresar sus emociones”.


Así lo expresa Monica Khant, directora ejecutiva del Instituto Asiåtico-Pacífico de Atlanta sobre violencia de género. Ella trabaja con inmigrantes, dan prioridad a mantener a las familias juntas. Ejerció 20 años como abogado de inmigración en diversas ciudades.


Hay personas que no tienen acceso a recursos de ayuda, porque hay diferencias culturales debido al hecho de ser inmigrantes. Y revela que existen sutilezas en casos de los migrantes que son vĂ­ctimas de violencia domĂ©stica. “Muchos de ellos no han podido pedir ayuda. Antes de la pandemia podĂ­an hacerlo, pero ahora no”.


Prosigue relatando que muchos no tienen recursos, que la cuarentena ha sido difĂ­cil. “No se pueden esconder en el baño para hacer una llamada; no tienen acceso a la tecnologĂ­a. Ha aumentado la dependencia de su pareja que gana dinero cuando estĂĄn desempleados por la pandemia”. Otros no pueden solicitar beneficios econĂłmicos, porque no tienen permiso de trabajo.


SegĂșn ella, las llamadas de denuncia de violencia domĂ©stica cayeron hasta en un 76% al principio de la pandemia. Otro gran problema es el acceso idiomĂĄtico.


También cuenta que uno de cada 5 asiåticos ha reportado deudas en el alquiler en 2020.

“Esto puede crear un problema: las vĂ­ctimas tienen que quedarse a vivir con sus victimarios”. El acceso a las vacunas tambiĂ©n es difĂ­cil para quienes no tienen un estatus migratorio formal.


Khant propone sanar de maneras no tradicionales: irse no es la primera opciĂłn. “Intentar reconciliarse, buscar servicios sociales, buscar alternativas que no estĂ©n dentro del sistema criminal”.


Mujer y vĂ­ctima


Tina Rodríguez, es una profesional de la justicia reparadora y presidenta de la junta directiva de la Coalición contra las Agresiones Sexuales de California: trabaja con hombres encarcelados por violencia doméstica. Su propia experiencia personal la llevó a eso.


“Nos falta una responsabilidad cultural, estoy hablando de quienes han sido impactados por la incapacidad de controlar su ira. La prevención no puede existir sin tomar en cuenta a estas personas, tanto como a sus víctimas”.


Y agrega: “Debemos dejar de ser co-dependientes. Debemos basarnos en sistemas que eduquen a nuestros hijos en prevenciĂłn de violencia domĂ©stica”.


Para la vocera, nadie menciona la presiĂłn que padecen los hombres. Ellos tienen una asignaciĂłn de la sociedad; “pero no se habla, por ejemplo, de que si eres una persona negra puedes calificar para un trabajo y no obtenerlo por el color de tu piel. Este es un trauma que presiona y que tambiĂ©n sufren las comunidades latinas”.



Foto referencial - Alex Green / Pexels


Y revela: “Soy de MĂ©xico y el abusador de mi familia lo era porque es lo que se esperaba de Ă©l. Nunca se hablĂł de la presiĂłn y trauma que Ă©l experimentó”.


Considera que debemos enseñar a nuestras hijas y hermanas estrategias para suprimir la violencia. “Les decimos que busquen a alguien que tenga una casa, dinero, que tenga un buen carro; pero no les enseñamos que no pueden juntarse con alguien que las aĂ­sle. No podemos confiar en que un sistema va a hacer eso, debemos hacerlo nosotros mismos”.


En cuanto a sanar, su familia entrĂł al sistema judicial por violencia domĂ©stica. Eso trajo para ella mucho mĂĄs dolor y divisiĂłn. “Que la corte ordene alejamiento, puede mĂĄs bien provocar el efecto contrario”.


Las vĂ­ctimas hispanas y negras le decĂ­an: “Estoy atrapada con Ă©l, si llamo a la policĂ­a y responden la llamada lo pueden matar, o si lo deportan nos quedamos sin la persona que trabaja en casa para mantenerla”.


RodrĂ­guez trabajĂł en el programa de prevenciĂłn de violencia domĂ©stica en Valley State Prison. Se ocupĂł de mostrarles a los reclusos el daño que hicieron a quienes estaban en prisiĂłn y causaron el dolor. “Eso contribuye a crear empatĂ­a”, asevera.


“Cuando hay una transiciĂłn de ser un miembro de la comunidad a un prisionero, ellos pierden su nombre y les dan un nĂșmero. Una vez que estuvimos allĂ­, pudimos entenderlo.

El hombre que abusó en nuestras vidas quiso hablar conmigo en un proceso de justicia restaurativa”.


Y señala que “Yo sufrĂ­ de un desorden alimenticio por la responsabilidad de ser la hija mayor. Pero pude hacer preguntas, aprender. Fue un proceso sanador. Nos ayudĂł poder hablar de esto. Me hizo querer enseñar en clases en las prisiones, querĂ­a compartirlo. He ido a conferencias para sobrevivientes, los animo a que vayan. Anima ver hablando juntos a la persona que cometiĂł el crimen y a la vĂ­ctima”.


Lamenta que las historias nos hayan hecho pensar que todo termina con final feliz. “La fantasía de que uno se junta con alguien y crea una familia y todo va bien de ahí en adelante. No es así”.


Afortunadamente su agresor ha ofrecido ayudar a su organizaciĂłn. “Estamos trabajando con gente que estĂĄ en camino a terminar en prisiĂłn, Ă©l va a trabajar con ellos contĂĄndoles lo que viene despuĂ©s de la cĂĄrcel. Eso ha sido un gran ejemplo. Pudimos reconciliarnos, hay que tener esto en cuenta”.


La perspectiva del hombre


Jerry Tello es fundador y director de formaciĂłn y desarrollo de capacidades en Red de Compadres; la cual involucrar a los jĂłvenes para romper el ciclo intergeneracional. Criado en un vecindario latino-negro de Compton (California), veĂ­a como maltrataban a su padre, a su hermano, a su abuela.


“Los hombres de la familia de mi mejor amigo, tenĂ­an que esconderse en la casa por las noches. Recuerdo disturbios en mi barrio, tanques en las calles. TenĂ­amos que estar en guardia. Al dĂ­a siguiente nos preguntaban en la escuela. Uno se creĂ­a el malo, el hĂ©roe, tenĂ­amos que pretender que todo estaba bien”.


Cuando su papĂĄ muriĂł, el hecho lo afectĂł mucho, “pero lo disimulĂ©, no lo llorĂ©. Para vivir en ese vecindario no podĂ­as mostrar vulnerabilidad. Me olvide cĂłmo sentir, cĂłmo llorar.

Me mudĂ© del vecindario, me volvĂ­ psicĂłlogo, me volvĂ­ un profesional; pero aĂșn esto estĂĄ conmigo. ÂżCon quiĂ©n comparte uno estas cosas?”, se pregunta.


Y agrega: Me mandaron a Vietnam y regresé con mås trauma. No tendría que haber ido, porque estudiaba en un college; pero no lo sabía.


Una anĂ©cdota lo marcĂł: “HabĂ­a una mujer con moretones en la cara, mi papĂĄ fue acompañado de mis tĂ­os a hablar con el esposo, para que no lo volviera a hacer. Hay bendiciones en esos vecindarios; pero los demonizamos. Hay hombres y mujeres que saben quĂ© hacer”.


Y afirma: “Lo que queremos es que deje de haber violencia, no criminalizar la situación. Junto a un amigo hice un programa para esto. No está basado en evidencias o metodologías y por eso nos tardamos”.


Hace 32 años empezĂł la red Compadres. “Tuvimos que reclamar lo sagrado que es ser hombre. Eso incluye a lo femenino en nosotros, a la gente mayor. Pero no podemos ser vulnerables todo el tiempo. Tenemos cĂ­rculos de sanaciĂłn, ritos para quienes no tenĂ­an sus padres porque los mataron, o estaban en prisiĂłn o los habĂ­an deportado”.


Agrega: “Todos estamos heridos, la cosa es juntarnos para dialogar”.


En el 70% de las situaciones de violencia doméstica, las mujeres no quieren que sus hombres vayan a la cårcel. Y la mayoría de los que van, regresan luego a casa.


Los ha ayudado la espiritualidad: “Las plegarias de mi abuela, el sentir que hay un espĂ­ritu mĂĄs grande que tĂș, le pedimos que nos ayude”.


Revela que los abusos en la familia de clase media y alta tambiĂ©n existen, pero estĂĄn escondidos. “Pagan a un terapista privado y ya”.


Para Ă©l, “Hay situaciones en las que se necesita a la policĂ­a, pero la policĂ­a no es la soluciĂłn. Muchos no dicen lo que pasa porque tiene miedo de hablar y creen que van a afectar a su familia. Los trabajadores sociales deben participar mĂĄs”.



 
 
 

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